DESTIERRO GRIS, de Mariel Florentino
Calcinante, el mediodía acompañaba sus miedos mientras trabajaba. Ruperto era un hombre de pocas palabras, indeciso, tímido, pero con un corazón grandote. Lo poco que tenía lo había logrado trabajando de sol a sol. La vieja casa que lo cobijaba junto a su familia mostraba el sello de cada esfuerzo, de cada sacrificio.
Quizás por eso aquella tarde, cuando el dueño del campo le dijo con prepotencia que había sido vendido, que debía dejar el lugar, sus ojos se agrisaron, el corazón le comenzó a latir más rápido y el cielo tormentoso y rojizo era poco comparado con su cara. Balbuceante, sólo alcanzó a dar unos pasos y cayó como fulminado por un rayo. No pudo resistir el dolor que lo golpeó hasta matarlo.
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Noemi -
Ricardo Rubio -