CORTOS DE GUERRA, de Hernán Salvarezza
I.
Él no sabía bien cómo seguir, lo que sí sabía es que a partir de los resultados de los exámenes, su vida cambiaría de manera definitiva. Temía el solo hecho de tener que abrir el sobre, de enterarse de una verdad que no tenía vuelta y de sentirse perdido. Se levantó de la cama, dio unos pasos lentos y llenos de angustia hacia la cocina, abrió el cajón derecho de la mesada y sacó un cuchillo. Lo pensó por unos segundos. Luego abrió el sobre y retiró la hoja con los resultados.
Su leucemia era terminal y posiblemente pasaría sus últimos meses en una cama de hospital, sin más compañía que un par de moribundos adictos a la morfina, recién operados y con heridas tan profundas que nunca cicatrizarían.
Abrió la heladera, se sirvió una Coca Cola y volvió a la cama. Su programa de tele preferido del History Channel estaba transmitiendo un documental de la segunda guerra mundial. A Juan ya no le quedaban recuerdos de aquella época. Sus casi 97 años se los habían devorado. Sin embargo verlo todo de nuevo en televisión lo tranquilizaba. Él disfrutaba viendo a la fuerza aérea alemana bombardear Europa, como si las bombas fuesen un regalo del cielo para sanar a una Europa decadente y a un hombre al borde de la muerte.
II.
Los tres chicos pintaban cartulinas sobre una mesita redonda en el corredor de la biblioteca.
Sobre la pared colgaban las escobas amarillas y las palitas de chapa gris. La directora les había dicho que una vez que terminasen los recortes y los dibujos, debían limpiar la mesita y barrer el piso. Los chicos refunfuñaron, pero aceptaron. La directora se retiró a la sala de maestros y los chicos se quedaron jugando con los colores y los cartones. Era un día frío y el clima prometía una nevada por lo que Samuel abrió la ventana para dejar entrar algún copo de nieve viajero. En su lugar vio a la Luftwaffe ocupar el cielo de Paris. Se congeló y del susto se hizo pis. Las alarmas sonaron, los maestros corrieron a la biblioteca y resguardaron a los alumnos debajo de las mesitas. La invasión había comenzado.
III.
El zapatero corría sin rumbo a través de los escombros de su barrio. El ataque había sido devastador. Londres estaba en ruinas y las alianzas no respondían. Los más débiles se defendieron como pudieron, ocultándose, huyendo, muriendo y mientras la ciudad ardía en el fuego de la guerra, el zapatero buscaba a su familia. Asustado dejó atrás el distrito comercial y de regreso a su casa, vio la destrucción de los pintorescos barrios londinenses. Los vio arder y caer bajo las bombas de un cielo cubierto de acero. En el caos y la desorientación previa a su muerte, se detuvo y un pensamiento cruzó por su mente. Si Londres cae, perderemos a Europa.
1 comentario
Ezequiel -
Esperemos poder seguir leyendo historias como estas.
saludos