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Elogio de la brevedad

ANTICIPO, de Marta Dulce

La cadencia de su carcajada colmó el salón repleto de cadetes en tanto los aplausos sacudían las tablas del escenario.

Ante el micrófono, el general elogiaba con gracia las anécdotas grotescas de históricos gendarmes y ensalzaba la valentía de soldados haciendo gala de una glamorosa estirpe militar.

En la sobria penumbra las gorras resplandecían tan blancas como los guantes furtivos y sensuales que acariciaban los muslos de señoritas modosas. Ellas, sumisas, sonreían sentadas al lado de cada flamante egresado.

Todas, excepto una, la elegida por el único cuyo birrete escondía los ojos del pervertido envalentonado por el poder de su impecable uniforme, el que gozaría de su desenfreno protegido por la algarabía de las sombras.

Ese, que años más tarde, con las manos secas de arrebatar inocencias, clavaría su mirada en el horizonte despejado por la obediencia debida y el suicidio de aquella que percibió, en aquel entonces, el devenir de la locura.

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