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Elogio de la brevedad

Norberto Pannone

LOS CONDENADOS, de Norberto Pannone


    Acurrucados, temerosos, alertas. Todos estaban allí aguardando la macabra hora del trágico final.
    Ese rectángulo que los contenía era su última morada, después, perderían sus cabezas uno a uno en una muerte inaudita, brillante, inexplicable.
    Un hilo de luz se filtró por la abertura y una vez más, uno de ellos fue arrancado de allí. Escucharon luego la friega y el estampido y, temblando de furia y de miedo, comprendieron que otro de sus hermanos había muerto.
Era verdaderamente aterradora aquella incierta espera. Ninguno de ellos sabía a quién podría tocarle de ahora en más. La inminencia de la muerte exacerbaba el albur que cada uno correría.
   Elegidos al azar, sin discriminar. El verdugo nunca se detenía a mirarlos, sabía muy bien que cada uno debía morir tarde o temprano.
    La voz llegó hasta ellos y los sacudió con su fatídico sonido.
    -¿Dónde dejaste los fósforos?
    -Sobre la alacena -respondió otra voz.
    La gigantesca mano tomó a otro de ellos y con terrible saña, le arrancó la cabeza al frotarlo sobre el costado de la caja que los contenía.

EL HOMBRE DE LA BOLSA, de Norberto Pannone

 

Cada vez que llegaba la hora de almorzar, Myriam, no podía lograr que el pequeño Tobías, comiera.

Alguien, algún consejero de esos que nunca faltan, le dijo:

-Dile que si no come vas a tener que llamar al “Hombre de la bolsa”.

-¿Te parece que dará resultado?

-Creo que si, además, ¿qué puedes perder…?

Y Myriam siguió con el consejo.

De ese modo, cada vez que Tobías no quería comer, le decía:

-¡Si no comés, llamo al “Hombre de la bolsa”! y el pobre Tobías imaginaba que un hombre malo y feo vendría a buscarlo. Se ponía a llorar y… comía.

Hasta que un día, el niño se cansó de ser amenazado y le dijo a su madre que no comería.

La madre se asomó a la ventana y llamó entonces al  “Hombre de la bolsa”.

-¡Hombre de la bolsa, hombre de la bolsaaaa!

Y apareció un hombre alto y grande con una bolsa gigante, de esas que se usan para consorcio.

Tobías, exaltado y excitado por la curiosidad, salió a verlo.

El hombre preguntó:

-¿Quién me llama? -y Tobías respondió:

-Mi mamá.

-¿Cuál es tu mamá?

-Esta -dijo el niño señalando a su madre.

Entonces, fue así que el grandote, la metió en la bolsa y se la llevó.