TRIUNFO, de Graciela Bucci
Otra larga noche.
El techo me dispara formas familiares, el sueño no viene. Y la mente continúa con su vértigo. Intento en vano llamar al gran ausente.
Fijo la vista en la vieja cortina. Curiosamente, descubro en ella un agujero de contornos nítidos.
Hasta ayer, pasó desapercibido, hoy cobra una relevancia inusual; me desvela me preocupa. Quiero ignorarlo, sin éxito. Clava su mirada oscura y vacía sobre mí. Apago la luz, le doy la espalda. Y comienza el ardor. Lacerante; flecha aguda, precisa, que se clava, perforando la piel desnuda. Siento que en su profundidad infinita el hueco cobra vida, me señala, me marca. Es una mira enorme que apunta en busca de un blanco perfecto.
Algunos coches tardíos de la calle le prestan su reflejo. Decido levantarme. En un gesto ilusorio, enrosco la cortina, trato de ocultar bajo los pliegues a mi gran torturador. Sentada en la cama, miro la tela amorfa. Sé que en su interior algo me vigila; decido liberar al cobarde.
Ya casi amanece. La calle me recibe con sus brazos de ébano. Sólo la pueblan algunos insomnes, como yo.
Pienso en el ojo, triunfante, refugiado en la tibieza del cuarto abandonado, mientras espera su próxima víctima.
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Ragozza Marita -
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