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Elogio de la brevedad

¡SÍ, HIJO!, de Héctor Faga

-Mamá, ¿me quieres?

-Sí, hijo, te quiero.

-Entonces, cómprame caramelos.

Y la madre, pacientemente, contaba las escasas monedas que ganaba lavando ropa para los vecinos y salía a comprar los dulces que el glotón engullía en pocos minutos.

-Madre, ¿me amas?

-Si, hijo, te amo.

-Entonces, hazme mi comida favorita.

Y la madre cocinaba para su malcriado, que devoraba todo lo que se le presentaba.

Cada día la misma historia.

El tiempo pasaba, las palabras cambiaban, pero el sentido de las frases era siempre el mismo.

-Vieja, ¿me quieres?

-Sí, hijo mío. Sabes que te quiero.

-Entonces, alcánzame un whisky.

Y allí iba la madre, pacientemente, a satisfacer el pedido de su hijo, que no se tomaba la molestia de servirse por sí mismo.

Un día la madre se sintió enferma.

Su salud, tantas veces postergada en el cuidado, se resintió de pronto.

Comenzó con una casi imperceptible parálisis facial acompañada de una desorientación espacio temporal.

No sabía dónde estaba ni por qué estaba allí.

-Madre, ¿me amas? -le preguntaba el hijo

-No sé -respondía ella confundida, al no entender del todo la pregunta.

Lentamente el cuadro se fue complicando y una noche tuvieron que internarla de urgencia.

De la ambulancia pasó directamente a terapia intensiva, donde la tuvieron en observación durante un par de días con las visitas estrictamente prohibidas.

Al tercero, cuando permitieron que el hijo fuera a verla, éste entró llorando a la sala donde la madre sostenía una dura batalla por la vida.

Se acercó al lecho y con voz quebrada le dijo al oído:

-Madre, si me quieres, no te mueras.

Entonces, la madre no se murió.


2 comentarios

Mo -

Sin palabras...a medida que llegaba al final del cuento se me llenaban los ojos de lágrimas...Felicitaciones por este logro!!!!!

Eduard -

Me dió rabia por ser la madre que por egoismo confundido con amor destroza a su hijo y a sí misma.
Como narración soberbia