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Elogio de la brevedad

Amalia Esther Frugoni Zavala

MASCARADA, de Amalia Esther Frugoni Zavala

Es un médico residente dirigiéndose al hospital. Maneja tenso. Lo sorprende veloz persecución policía-ladrones intercambiando balas con destino incierto.   Al buscar atajos, le impide el paso nutrida marcha de protesta social. Como todos los días, la calle es un pandemonio.  Llega tarde. Nervioso. Malhumorado.

—Entrá  doc, tomate éste.

Uniéndose al grupo acepta el mate ofrecido: lata de conserva, bombilla mordida entre dientes discontinuos tatuados de nicotina. Amable ronda. ¡Qué bien se siente entre ellos!

Una puerta entreabierta desnuda pudores del hombre de pie en la palangana, a quien-con trapo rejilla enjabonado- recorren su geografía. Blasfema. Amenaza. Llora…

—¡Silencio, “parensen” que llega el candidato!

Vestido para la ocasión, galera de papel en la cabeza (se rasca con sospechosa insistencia), ostenta cetro de palo de escoba. El futuro presidente sonríe; regala besos. Gime chirriando óxido el carrito porta platos. Dos internos recogen restos.  Uno echa en el inodoro mezcla de fideos, pedazos de pan, cáscaras  de mandarina. Acciona la cadena mientras grita: ¡Atención los de abajo, va la comida!

Vladimir, príncipe ruso, dicta sus memorias. Dice pertenecer a la dinastía Romanov;  promete salvar a todos cuando maten a Rasputin.  Se oye una armónica; compases de vals invitan a bailar; reverencia, pasos largos, ojos soñadores.  En el patio de tierra filosofa solitario descalzo.  Dibuja infinitas vueltas alrededor del dorado, otoñal guinkgo biloba. Se detiene, orina el tronco; aplaude ¡feliz primavera!  y suelta mariposas guardadas en los bolsillos.

Vivencias de Antón Pirulero donde cada singularidad atiende su juego e integra, naturalmente, esta comunidad de diferentes. Juegan. Viven. Son ellos, en libertad.

Ruidosa colisión de vehículos atrae la atención del médico. Mira desde la ventana empalizada con gruesos barrotes: conductores exaltados escupen violencia a golpes, rodeados de bocinazos e improperios.  Focaliza alternativamente, los dos escenarios.  Se acerca a uno de sus pacientes.

—¿Me prestas tu ropa? Yo te regalo la mía.

El “loco” salta de alegría. Luce guardapolvo y estetoscopio. ¡Ahora él es el doc!  Intenta auscultar el misterioso  latir  del corazón…

Interrogado por el director del hospital, el médico residente se ofrece a cubrir  guardias permanentes.

Ha decidido preservar su cordura lejos del inhóspito manicomio ciudadano.

 

HORÓSCOPO, de Amalia Esther Frugoni Zavala

 

¿Qué me hizo permanecer y escuchar? Quizá el ensordecedor silencio, o las ganas de una voz que pronunciara  mi nombre, o la avenida con luces amarillas atizando fantasías de caminarla juntos... precisamente en esa fecha  que quería olvidar.

La locutora tentaba con su propuesta: “De la mano con las estrellas”. Conectados teléfono y radio, dije:   me llamo... nací  el...          

¡Qué bueno! La Luna en Piscis; ascendente en Aries; el Sol... el Sol y la carta dorada, ¡triunfo! El caballero de pie; llega... un ejecutivo, con muy buen pasar. Viajes, muchos viajes... Prepárate a recibirlo; vence  tu  timidez;  renueva  tu vestuario; acepta  invitaciones.  ¡Busca tu destino!

Mis sensaciones colisionaron. Nunca había creído. Y si... probara, como un juego... ¿Qué podía perder...?  De ser cierto, ¿volverían mis sueños?

Salí de compras. Compartí charlas agradables. Frené avances inoportunos.

¡Qué insensatez la mía!   

Al terminar el horario de oficina, hoy -con entusiasmo de ser viernes- esperé el colectivo. Pesados gotones, viento en remolino, tormenta desatada. Busqué refugio en un bar. Lluvia  cada vez más densa; anegamiento de calles y de veredas; natural pirotecnia; todo confabulándose e impidiendo cumplir mi proyecto: estaba presa en el lugar. Las agujas del reloj, desafiantes. Mojada, el cabello desordenado, me sentí torpe, riñendo conmigo.

Alguien bajó de un taxi. Corrí a ocuparlo. Di las señas de un largo trayecto. Ovillada en el asiento cerré los ojos; tenía frío. Tristes vinieron a mí, versos que murmuré escapándolos: ”Oigo las voces que yo pienso, las voces que me piensan al pensarlas.”

Inesperadamente, el conductor remató desde el espejo: “Soy la sombra que arrojan mis palabras.”

Fiel a un impulso inédito, descrucé las piernas acercándome al respaldo delantero... Apoyé los labios en esa media cara visible, desconocida y próxima. (¿Qué estrella me sostuvo de la mano?)

Omnímoda presencia, la palabra habitada cautivó  mi corazón.

LA FOTOGRAFÍA, de Amalia Esther Frugoni Zavala

La gente va y viene; se detiene; admira vidrieras; recorre puestos de antigüedades. La plaza engalanada con hojas otoñales. Tapiz, remolinos, montones; calidoscopio sensual que la brisa crea. Es un San Telmo preparado para turistas  y para paseantes que buscan imágenes originales.

En la mitad de una cuadra, adherido a la pared, Carlos Gardel sonríe desde un afiche, anuncia un espectáculo: dice” que la vida es hermosa”. Sentado en la vereda, apoyada su cabeza sobre el dibujo, está un hombre que parece parte del entorno producido. Es un personaje singular. Sin edad. Cabello enrulado rubio entrecano. Ojos, tristemente vivaces. De las orejas penden aros fabricados con tapas de gaseosa atadas con piolín. En los dedos, anillos de gomitas coloreadas. Viste camisa de dudoso tinte; chaleco con tiras de papel a modo de flecos. Lo visible de su pantalón, semeja una bolsa. Las piernas se acuestan sobre un piso salpicado de colillas refumadas, las tiñen de hollín; rematan en dos pies con costras, parcialmente envueltos en arpillera. El grupo de estudiantes de fotografía, al que pertenezco, se acerca. Sonríen ante el hallazgo. Lo bombardean, clic, clic, clic, desde las cámaras. Pasan y se van...buscan otro objeto de interés... Quedo rezagada. Quieta. Él me mira; sostengo sus ojos. El adentro de la mirada me conmueve.

—¿Y vos?¡ Dale! ¿ O tengo que ponerme mejor?. Al moverse, quedan al descubierto varios libros, sucios de uso y de calle. Los acomoda, hojas sueltas entre tapas flojas... Neruda, W. Whitman... Girondo... Baudelaire... 

—¿Estoy bien?

—Prefiero que me cuentes sobre ellos...

—¿Y la foto?

—Después. 

—Es que vienen otros “gringos...”

—Entonces, volveré.

—Con una condición... que me hagas la foto y me la muestres.

Clic, clic, clic. Me alejo: llevo una mirada engarzada en la mía.

Al revelar, selecciono un negativo. Me gusta. Lo copio: Solamente sus ojos y sus libros. Todo él. Ahora espero ansiosa, el momento del reencuentro...