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Elogio de la brevedad

Rolando Revagliatti

HUIR, de Rolando Revagliatti (BsAs)

HUIR, de Rolando Revagliatti (BsAs)

 

 

Claro que pensó en huir, harta de padecer la torpeza de los golpes de esa especie de marido colérico, de pésimo vino y borbotones de sevicia. También pensó en huir cuando su hijo cayera muerto por una bala perdida, entre los cohetes y petardos detonados por los chicos y adultos del barrio, después de transcurridos veinte minutos del año nuevo.

Pensó. Hasta que dejó de hacerlo. Después de veinte años la vieja sigue, loca, letárgica. Sigue huyendo.

MARIO Y YO, de Rolando Revagliatti

MARIO Y YO, de Rolando Revagliatti

 

Mario había ido a bailar (a ver bailar) al Club Villa Malcom. Yo concurría siempre con mis amigas. Era avispada —expresión de mi madre—, y con chispa. Y la de más éxito. Bailaba lo que fuera —“la ardilla tropical”—, no sólo cumbias y lento. Prefería a los carilindos, y dentro de estos, a los respingones. Le daba muchísima importancia al pelo de los muchachos. Al corte y a la consistencia. Los lacios me enloquecían. Pero carilindos, respingones y con espectacular cabellera, me aburrían soberanamente después de las primeras salidas. El más rescatable resultó uno al que le decían Larry. Perspicaz, tenía conversación, y estaba embarcado en un trabajito delineado, de mucha paciencia, conmigo. Pero no alcanzó.

Mario, contra una columna, me seguía con la vista, cuando lo descubrí. Evalué. No reunía mis condiciones pero tenía encanto. Una cierta tristeza. Vida interior. Pensaba: debe tener vida interior. Me acerqué a la columna. (A su lado, el urso veterano con orejas y nariz de boxeador que cuidaba “el orden y la moral del establecimiento”.) Encaré a Mario sonriendo: No te vi bailar. Dijo: No sé. Y algo más: Ni boleros. Consideré: Alguien tendría que enseñarte. Y algo más: Me propongo. El sonrió, por fin, y me preguntó: ¿Estás segura?

Pasaron muchas cosas en tantos años. Entre las desagradables están los abortos que me hice. Ya no soy alegre. Estoy al frente de una perfumería en la que participo como habilitada. Ando siempre diez puntos (pilchas y maquillaje) y no realizo casi ninguna tarea doméstica. Volví a estudiar inglés, y practico aerobismo y equitación. Siento un miedo visceral a que mis padres, con los que aún convivo, fallezcan. Y el viernes me caso con Mario. Nos vamos a Ranelagh, donde él heredó un laboratorio de productos químicos para mantenimiento industrial.

DERROTEROS, de Rolando Revagliatti

DERROTEROS, de Rolando Revagliatti

  La fresca y pimpante criatura unióse en matrimonio a Feliciatti tres largos años antes de prendarse de Valentina. Con él tuvo gemelos robustos. Dejóse destinar para Feliciatti por su padre, a quien también su esposa había sido destinada por el suegro. De blanco frente al altar, con todos los permisos y plácemes familiares recibidos, sociales y religiosos otorgados, regodeóse por vez primera imaginándose a solas con Feliciatti. Feliciatti, de exactamente el doble de su edad.

  Espléndida ella por simple existencia, sin artificios, casi sin poses. Feliciatti, barnizado comerciante en comestibles, en cambio, ampuloso y plagado de latiguillos. Amante ponderable después de todo, lograba estremecerla. Los gemelos, como dije, robustos, nacieron sin dificultad.

  El flechazo entre Valentina y la fresca y pimpante criatura prodújose en la fiesta donde descubrieron que la progenitora de Valentina, en su condición de obstétrica, había asistido a la progenitora de la progenitora de los gemelos en el parto en el que vio la luz.

  Cuando la obstétrica enviudó, Feliciatti, por despecho, enterado de la incidencia de Valentina en su cónyuge, decide seducir a la obstétrica. Empieza la noche misma del velatorio del marido, y redondea la entusiasmante tarea, semanas después. Valentina y la destinada a Feliciatti festejaron el salpimentado romance.

  Cristalizadas perduran más o menos así las cosas. Socios y barnizados comerciantes, habiendo adoptado con naturalidad los latiguillos alocutivos de su padre, los gemelos, hombres de bien, se mantienen indeclinablemente robustos y ampulosos.

 

SEÑORITA, de Rolando Revagliatti

SEÑORITA, de Rolando Revagliatti

 

  

Sí que tuvo novios la señorita Calistri: cuantiosas simpatías. Pero, a menudo, cuando le atraía el fondo humanitario del candidato, no se sentía conmovida por lo físico o lo facial. Y, si llegado el caso, el pretendiente respondía a mis cánones de presencia varonil, aparecíanle desdibujadas las facetas espirituales. Enamoradísima de Juan Mateo Ovalle, resistía sus ímpetus pasionales, el vigor de sus instintos. La señorita Calistri valoriza sin énfasis: Nadie obtuvo lo que tantos ansiaban. Ella es hoy la fraseología con la que rememora: Yo no carecía de una límpida mirada; Mis atributos no pasaban inadvertidos; Papá vaticinó mi futuro; Me consagré a mis arraigadas convicciones; Destilé coraje en los tiempos duros, en la tiranía; Nunca estimé en Nené sus propensiones afectivas; Es que todo ha sido tan fugaz...

Algún día, próxima a expirar, quizá consigne: En aquella desfloración infausta de mil novecientos cincuenta y uno, otoño, creí morir: repugnante, bajo, indigno: única vez, última vez.